lunes, 16 de abril de 2012

LA NAVE DE UN MILLÓN DE AÑOS – FARMER PARA INTELLIGENTSIA

Portada de la obra reseñada.
Si esto es un hito de la actual
ciencia ficción, vamos listos
Sostengo que esta extensa, reiterativa y árida novela de POUL ANDERSON no merece sus galardones: finalista de los premios NEBULA, 1989, y HUGO, 1990. En la página trescientos, cuanto pase a sus poco simpáticos protagonistas deja de interesarte absolutamente. ¡Y aún quedan cuatrocientos y pico páginas por leer!
El veterano Anderson acomete con fallos de principiante el querer legar una obra de resonancia trascendental a la literatura universal. Sus defectos inducen la sospecha de que La nave de un millón de años fue premiada porque Anderson era amigo del jurado y éste convino en que alguien con su trayectoria y obra merecía recibir una mención de importancia. ¿Qué nos cuesta?, se dirían. Al jurado, nada. A quienes debemos leernos el mamotreto, un Potosí. Ni siquiera lo salva el intento de trartar de explicar cómo un inmortal organiza sus recuerdos, amontonados a lo largo de siglos sucesivos.
POUL ANDERSON a la espera de un fan
al que firmar ejemplar. Qué lejos está esta
novela de NO HABRÁ TREGUA PARA
LOS REYES. La desdice entera
Por la lógica que explica la concesión de estos méritos, y en atención a la temática de la obra, a PHILIP JOSÉ FARMER, por la saga de EL MUNDO DEL RÍO (gran GRAN inspiración para esta novela), tuvieron que volver a galardonarlo; como mínimo, compartir con Anderson estas menciones. Y crear un premio especial, accésit, lo que sea, para LOS INMORTALES (RUSSELL MULCAHY), porque, sin desdoro, el autor absorbe conceptos del filme para trasplantarlos al libro. Pero en versión trekkie: larga vida y prosperidad. Acrobacias, ¡ni una!
La nave de un millón de años desarrolla un colosal marco histórico que, durante quinientas páginas largas, en poco es ciencia ficción, reclamo con el que nos venden el libro. Sólo en la página quinientos cuarenta y siete DE VERDAD entramos en la ciencia ficción (y hard, ¡anda!), pero tampoco con un material novedoso. La utopía de la Tierra futura convertida en una distopía hedonista previa a la decadencia de la especie cuenta con antecedentes.
Una cubierta foránea, mucho más
apropiada para lo que cuenta el libro
La novela intenta, con un aire doctoral aun pedante, enseñarnos Historia, empezando en la Edad del Hierro. Anderson elige diversos momentos históricos (evitando otros más importantes) que considera claves para entender por lo que pasan sus personajes, que luego embarca rumbo al Cosmos, en una misión estelar pacífica idónea para quienes detestan STAR WARS, y que hace entrar en contacto a estos ocho inmortales con unos sapientísimos extraterrestres que encajan, milimétricamente, con lo que la NASA desea que sean los aliens: inteligencias amocionales de inmensa pureza.
El argumento, aun válido, también desprende cierto cretinismo buenista: una cultura avanzada-y-unida que abolió la guerra estará más preparada para el espacio que otra dedicada al imperialismo beligerante.
Por supuesto. Un infinito afán de conocimiento y amor por la cultura empujó a Roma a constituirse imperio; idéntico anhelo impulsó a los Conquistadores a hendir las feraces junglas sudamericanas; el cariño por conocer los ritos y costumbres nativas hizo a los ingleses fundar las Colonias y luego expandirse al Oeste. Para nada la codicia y las ganas de territorios influyeron en sus decisiones.
EL FABULOSO BARCO FLUVIAL, de
PHILIP JOSÉ FARMER. La novela de
Anderson es un remake de esta saga
Bastante ciencia ficción “de calidad” vive de la fantasmagoría de los aliens beatíficos. Sus autores son incapaces de imputarles deficiencias, filias y fobias autóctonas, cuando quizás una colisión armada con nosotros ni siquiera les parezca inmoral. Igual sus sesos, víctimas de un hígado irritable, nos hallen tan horripilantes que sólo nos ven aptos para alimentar a sus mascotas. También un propio sentimiento de imperio podría estimular a esas especies a moverse hacia los Mundos Exteriores. Es posible, ¿no?
Anderson desdeña valorar estas posibilidades; comulga por completo con el Catecismo Del Buen Contacto Estelar (que puede ser el correcto al final; aunque mejor estar preparados por si nos llevamos el Gran Sobresalto) y éste impregna su novela. Y los personajes que ha ideado para esta tarea apostólica, imbuidos por tal Paráclito, responden al instante a las necesidades materiales y emocionales del bendito credo.
Afiche de HIGHLANDER, película que
también inspira esta novela, pero sin
atrapar su donaire. Es sólo jactanciosa 
La nave de un millón de años la cuentan once (vaya, falta uno para ser cuadrilla apostólica) inmortales que van naciendo desde la época de las pirámides hasta el siglo XIX, arco que permite suponer que algunos otros existieron pero que cayeron víctimas de mil guerras. Porque, al contrario de los inmortales de la película (¡en todo no iba a copiarla!), éstos la diñan por muerte violenta. Además, Anderson elimina tan pronto como puede a los inmortales problemáticos. Y creo que lo hace como un predicamento de que los entes hostiles tienden a desaparecer con mayor facilidad que los mansos.
El relato es muy políticamente correcto, con cuotas raciales y sexuales equilibradas. La tripulación la componen cuatro hombres y cuatro mujeres, ADANES y EVAS destinados a fecundar los Mundos Exteriores con una nueva generación humana sin colmillos. Estos inmortales han vivido siglos de sin razón y brutalidad y por nada desean extender tal cáncer por el Cosmos. Es una noble idea que nos dignificaría como especie, pero que la biología terminaría defraudando. Dentro nuestro sigue agazapado el cazador primordial/territorial que, alguna vez, reclamaría su lugar entre las estrellas.
SEAN CONNERY en su memorable personaje
de LOS INMORTALES. Siendo el nuestro uno
de los más vastos imperios históricos, Anderson
no le dedica una sóla sílaba a su existencia
El autor desluce su novela al no emplear un protagonista central (que debería ser el marino fenicio HANNO), que nos conduzca a lo largo de la trama, recalando en los secundarios cuando fuera oportuno. Al distribuir la acción entre tantos personajes, la energía motriz de la obra se disipa, de tal modo que, en la entrevista con el CARDENAL RICHELIEU, sentimos la más absoluta indiferencia por ellos. Algunos te caen mal, directamente, y, para más inri, Anderson se repite: cada inmortal, cuando adquiere una nueva identidad, recapitula sobre su pasado reciente aludiendo a los mismos factores: esposas, hijos, nietos, etc., que ha sepultado. Así, durante seiscientas páginas. Ya me enteré la primera vez; ¿por qué repetirte tanto, tío?
La nave de un millón de años (título equívoco; sugiere otra historia) hace gran hincapié en el triste papel de la mujer a lo largo de la Historia, donde aparece como una especie de moneda, o propiedad, nunca como un individuo, con albedrío propio, canjeable para obtener ciertas metas. Y quien peor lo pasa es ALIYAT, que experimenta, con gran severidad, la posición de nulidad que reserva el Islam a las esposas, de total sumisión a un varón que tiene permiso ‘divino’ para tratarlas como a la peor escoria si quiere.
Un ALIEN. Para Anderson, criaturas como
ésta son impensables en el Universo. Pero
¿y si existen realmente?
Esto, por supuesto, a nuestras estridentes y estrafalarias feministas no las indigna. Lo encuentran étnicamente disculpable aún. Pero bien protestan cuando algún cura, fiel a la liturgia, dice algo que, ese día, creen ofensivo. Ah, la hipocresía…
Vuestro Scriptor.
Documentación adjunta: