miércoles, 2 de agosto de 2017

ROAD TO SOGUETTO — ENTREGA 8

Entrada que anuncia que me tomo vacaciones. Regresaremos
con nuevas y vibrantes aventuras. Prometido
La dificultad que implica puentear el encendido de la Jonathan Kent en la cual está Bujías trabajando será mínima-nimia. Por este lado: confiamos ambos. Podemos mostrar una leve partícula de tranquilidad. La suficiente como para advertir qué aterciopelado aroma desprende esta madrugada que fenece poco a poco.

Las estrellas: titilan lejanas, telegrafiándonos en Morse desconocido. Quizás sea cierta la astrología; de ese modo: mandan los presagios que aturden, levantan, hunden nuestras vidas. Sólo me limito a verlas. Tratando de identificar los zodíacos.

Portada de un pulp que nunca llegó
a escribirse... me parece
Un perfume especial, procedente de la maleza agostada que nos rodea, o la vegetación que respira sus últimos alientos de alivio antes de atormentador día de calor que se avecina: nos envuelve. Hace CLIC en cierto lugar de mi cerebro. Levanta la tapa de algunos recuerdos.

Evoco otra madrugada. Remota ahora: en el tiempo. Con olores distintos. De agresión contenida. Esa mañana por romper me acompañaba Aouda Becker. Vigilaba no me pasara nada. Pocos días antes: contemplé cómo la pasma, el enemigo, mataba a mis padres. La última visión que tuve de ellos: yacían en un charco de sangre.

También a aquél gigantón, el compañero de Aouda, Bob Bowen, eso es. Cuanto rememoraba de él era la larga charla que sostuvo con mi padre. Intentando hacerle comprender: que si se oponía a que el Estado, el PragmaSoc, me “custodiase”, las consecuencias podrían ser FATALES para todos.

—¿Más? —espetó mi padre. Estaba desencajado. Por la ira. La frustración. La impotencia. Mi madre: procuraba calmarle. Intuía amabilidad leal en Bowen. Pese a ser de la pasma, el enemigo. Lo veía persona que comprendería. Pero mi padre… lanzado. Era su obligación como cabeza de familia—. Han enviado Invitaciones al Pabellón Once a media familia. Están amenazando con el despido al resto. ¡O cosas peores! Vigilancia. Acoso escolar, ¿entiende? ¿Qué más pueden hacernos?
—Siempre encontrarán algo —adujo al fin Bowen. Nuestras miradas: se encontraron. Yo estaba demasiado asustado para leer algo fiable en sus pupilas—. Son así. Lo sabe.

Lo siguiente que mi memoria proyecta de Bowen fue los disparos que encajó. No me fijé si para evitar me acertaran a mí, a Aouda, o sólo que eran crackeadoras lanzadas sin ton ni son por el apretado espacio de hostilidad donde se produjo aquél tiroteo.

Impresionante distopía que contiene
ciertos aspectos sociales que empiezan
ahora a cumplirse... Terrorífico
Aouda tiraba de mí. Al coche. Para sacarme de allí. Introducirme en otro segmento del ancho mundo donde todo puede siempre empeorar, porque somos esclavos de la Segunda Ley de la Termodinámica.

Un lejano resplandor creciente alerta nuestros sentidos al unísono. Dama de Picas aun me lanza una mirada antes de volver a concentrarse en lo que divisamos. El polvo que nimba ese resplandor: parece amplificarlo. Dotarlo de aspecto fantabuloso. Ajá. Sí.

Algo pellizca mi vientre. Seca mi boca. Oprimo la culata del Commander. Me desplazo hasta donde Dama de Picas me indica. Setos paupérrimos del patio de la casa. Desde donde me agazapo, con el gato: aprecio la silueta de unos descuidados juegos para niños. Una piscina de plástico vacía.

—Tranquilo un momento, Bujías —sisea Dama de Picas—. Viene alguien. Espera.

Bujías se queda petrificado, supongo que a punto de cruzar esos cables que arranquen el motor de la furgoneta. Atento, mirando. Junto a mí se agacha ahora Dama de Picas.